Desalojo: las dos campanas
La ventana indiscreta
Desalojo: las dos campanas
Por Maritza Gueler
Los hechos. El fin de semana pasado The Washington Post comenzó a publicar una serie de artículos relacionados con los propietarios de edificios de apartamentos que, por convertirlos en condominio, están desalojando a sus inquilinos. La mayoría de estos edificios están bajo el sistema de control de renta.
Trampa o beneficio. Mediante este sistema el propietario está obligado, de por vida, a tener ese inquilino en su propiedad. La única posibilidad de desalojarlo es que no pague el alquiler, que haya denuncias por disturbios o mal comportamiento de parte de los vecinos, o simplemente, ofrecerle cierta indemnización para que se vaya. En muchos casos, cuando los inquilinos llevan mucho tiempo en el apartamento, los alquileres no suben en la misma proporción que el resto. Y el edificio empieza a provocar más pérdidas que ganancias. Resultado: el mantenimiento se hace difícil.
Desproporción. En el Distrito, la ley de control de renta incluye edificios de no menos de cuatro apartamentos que hayan sido construidos antes de 1975. Después de esa fecha, ninguno de los edificios está afectado por esta reglamentación. Es decir: las grandes compañías constructoras que después del ’75 construyeron monumentales edificios por los que hoy piden más de $1.500 por un dormitorio, no tienen control de renta. Pero los pequeños propietarios que, quizás con el trabajo diario, lograron comprar uno o dos edificios de más de cuatro apartamentos, hoy se ven afectados más que los grandes.
La otra mirada. Defender a unos, o buscar el equilibrio, no significa desoír la voz de los inquilinos que, como en muchos casos, hoy están obligados a vivir en condiciones hasta insalubres. Algunos, es cierto, pagan apenas $500 por un apartamento que en el mercado estaría a $1.500. La desidia de los dueños y la intención de dejar que el edificio se venga abajo para luego mal venderlo y sacarse la pesadilla de los inquilinos, conspira contra el mercado y contra la calidad de vida.
Los por qué. En los últimos cuatro años, y en coincidencia con el boom inmobiliario, cerca de 200 apartamentos fueron evacuados o vaciados en la ciudad. La intención de convertirlos en condominio era una esperanza para los dueños, ya hartos de lidiar con inquilinos, o seducidos por la avaricia de sacar más ganancias de esa inversión. Un edificio vacío hoy vale más que uno con inquilinos amparados por el control de la renta. Y los dueños prefieren apelar al desalojo, forzoso o amistoso, pero desalojo al fin.
maritza@eltiempolatino.com
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